Relatos de espacio limitado
Hay quien se empeña en escribir cientos de páginas para contar una historia. ¿Así quieren motivarnos a la lectura? ¿No saben estos obsesos de la tecla que no tenemos tiempo para leer, que no tenemos costumbre, que la tele, Internet y el sofá agotan nuestros escasos minutos libres? Aquí está la solución, una historia breve en pocas líneas. Bienvenido lector.
Las campanas de la iglesia: el mal absoluto
24 agosto 2018
Tammm, tammm, tammm, tammm, tammm, tammm, tammm, tammm, tammm, tammm, tammm. Pasados unos segundos otro tammm. Son las once de la mañana y ahora sé que el tañido de las campanas de la iglesia, es el mal absoluto. Y donde concentra toda su crueldad, es en la torre que está justo en frente del apartamento, que he alquilado estas vacaciones en Jaén. A falta de feligreses y religiosos que se líen a hostias con ellos, han reorientado estos edicios y son un templo ahora, cuyo fin último es no dejar dormir. Cuya misión fundamental: recordarme que las once de la mañana es una hora tardía, y que afuera hace un día maravilloso a disfrutar. Las campanas son insensibles a las particularidades humanas, y no ven que uno ha llegado tarde a casa y perjudicado, y que a esas horas solo lleva cinco horas durmiendo. Para más inri, las coño campanas tienen un mecanismo que debió pertenecer a la Inquisición, que además de dar la hora a golpes, una vez acabada su misión informativa, de qué hora es, añade un tañido más, que a mí me parece que solo busca tocar las narices, u otras partes más íntimas, que acaban en jones. No estoy en contra de que se haga publicidad, de que se haga propaganda de la hora o que a campanazos se anuncie visite nuestro centro y rece, o admire la grandeza de una iglesia pequeña pero coqueta. Pero si hay que anunciarse para captar adhesiones, que sea como hacen los supermercados, con una publicidad silenciosa, que se queda callada ocupando el buzón huérfano de cartas, y no despierta a nadie a horas intempestivas. Ya luego llevaré yo los papelitos al contenedor de reciclaje, para continuar una espiral tonta, de muchos folletos para ser leídos, que acaban en un contenedor azul sin que nadie ni siquiera los mire. Pero como ya son las once, es agosto, y a esa hora hace ya mucho calor en Jaén, me levanto. Me ducho. Desayuno sin mucha prisa. Y salgo de casa antes de que den las doce, con sus trece campanadas, o doce más una de propina, que añade el campanero mecánico, vaya usted a saber por qué. Como son vacaciones, uno sale de la cama para tumbarse otra vez en algún sitio, un sofá cómodo por ejemplo, y soñar con un mundo sin bronce, tañidos ni campanas, mientras lee el periódico y se toma un vino. Aunque hubiese preferido un café, las tapas aquí son mejores si tomas un vino o una caña, pero a esas rubias prefiero verlas un poco más tarde, ayer ya tuve bastante. Después, aburrido y sin saber muy bien qué hacer, acabé visitando la iglesia, esa cuyas campanas me habían despertado a las once de la madrugada. Y, oye, es bonita bonita, y se está fresco dentro de ella. Al final, uno, sin darse cuenta, acaba dando la razón a los técnicos de márquetin: anúnciate, que al final, alguien pica, sea buzoneando publicidad o dando el campanazo.
RIMAS NUMERÍCAS
(17 Feb.17)
2 y 7: 5
5 y 5: 10
2 y 3 son 8
9 y 3 son 3
Las matemáticas, cuando el profesor no mira, son exactas e imaginativas.
Las operaciones anteriores son:
7-2=5; 5+5=10; 2 elevado a la 3 (2x2x2)=8; 9/3=3
Básicamente, las 4 reglas. Las matemáticas de superviviencia que resuelven los cálculos necesarios de la gente de a pie.
(17 Feb.17)
2 y 7: 5
5 y 5: 10
2 y 3 son 8
9 y 3 son 3
Las matemáticas, cuando el profesor no mira, son exactas e imaginativas.
Las operaciones anteriores son:
7-2=5; 5+5=10; 2 elevado a la 3 (2x2x2)=8; 9/3=3
Básicamente, las 4 reglas. Las matemáticas de superviviencia que resuelven los cálculos necesarios de la gente de a pie.
Duermo como un bebé
(17 agosto 2016)
Desde hace diez meses duermo como un bebé. Vi una oferta irresistible en una publicidad que me dejaron en el buzón, y no pude resistirme. El precio normal de aquella cuna era de 280 euros y la vendían por tan solo 99, así que la compré y desde entonces duermo como un niño. Me acuesto pronto después de tomar mi bibe. Apoyo mi cuerpo en el mullido colchón y mis piernas, brazos, cuello y cabeza, sorpresivamente, se apoyan en las barandillas de la cuna y quedan colgando en el aire, fuera del infantil habitáculo. Enseguida mis piernas se quedan dormidas, plácidas, relajadas. La misma sensación siento en los brazos, pero unos minutos más tarde. Los brazos caen rendidos y se entregan al sueño, tras el hormigueo natural por la falta de riego, al quedar reducida la circulación sanguínea por la presión de los barrotes protectores de la cunita. Al cuello le cuesta más relajarse. Supongo que al estar al lado de la cabeza, y tener que aguantar el peso de los pensamientos, algo le afectará el estrés, pero, felizmente, no pasa mucho tiempo antes de que el cuello caiga agotado. La cabeza así, cuelga sin rozamiento de almohada alguna, que pienso que es clave para poder milagrosamente igualar el sueño de un adulto con el de un recién nacido. Me levanto como un crío. Sin prisa alguna. Abro los ojos despacio, y tardo un buen rato en empezar a mover las piernas. Al principio muy despacio, ya que no las siento. Pero a medida que giro el cuerpo a derecha e izquierda, y las piernas recobran la circulación, noto un hormigueo vivificante y renovador, como de renacer, que me hace sentirme como un niño. Como el brazo derecho suele despertarse antes que el izquierdo, agarro al perezoso zurdo con mimo, y lo estiro y levanto para que salga del sueño de los justos. Como los neonatos, yo también me quedo dormido a cada rato. A poco que me siente en cualquier sitio, me quedo frito. También he desarrollado un inusitado interés por los pechos femeninos y los dibujos animados, entiendo que este reverdecer influya en aumentar el deseo, por algo que antes también me había interesado. Lo único que me molesta tras inagurar mi cuna nueva, y ya lo estoy tratando con el doctor, son unas dolorosísimas molestias cervicales y de espalda. Preguntado por el galeno sobre mis hábitos de sueño le insisto en que duermo como un bebé. Por lo que el docto doctor ha aplicado todo un arsenal de medidas paliativas y curativas. Me ha realizado infiltraciones, dos operaciones de cervicales, una implantación de células madre, tres intervenciones de columna vertebral, varias implantaciones de folículos capilares en distintas partes del cuerpo y, por si acaso, una ligadura de trompas. Esta última tras ver que venía bebido en las dos últimas citas. No tengo queja del tratamiento. Me ha aliviado bastante, la verdad, y ahora me tengo que peinar cada mañana, algo que casi había olvidado. No obstante, y sin quitar meritos a la ciencia, debo esta nueva vida a descansar como un recién llegado al mundo. Y todo a precio de ganga de 99 euros, de una oferta publicitaria en mi buzón.
¿CANDIDATO AL PULITZER?
Estos días estoy que vivo sin vivir en mí. Sé, aunque nadie me lo ha dicho oficialmente, que soy un firme candidato al Pulitzer de este año. Al fin, se reconoce mi talento y el enorme esfuerzo y dedicación que en los últimos años he dedicado al periodismo y, de forma puntual pero intensa, a la literatura.
Soy licenciado en periodismo y ejerzo desde hace más de 25 años. Escribo colaboraciones en varios periódicos regionales y en los dos diarios nacionales de mayor tirada. También, colaboro con algún medio local, más por amistad que por otra cosa. Reconozco que es para mí un tremendo placer seguir la actualidad tanto de lo local como de lo internacional y poder contarlo a los lectores. Reconozco también, el placer que es colaborar en estos medios donde tengo el privilegio de contar con grandes amigos con quienes comparto trabajo y café. Permítanme este auto bombo un tanto pedante y pretencioso, pero, creo que la ocasión lo merece. Ser un firme candidato al Pulitzer hace que le nazcan a uno mariposas en el estómago y alas en los pies, así que discúlpenme si hoy estoy ufano en esta columna de opinión que agradezco humildemente que lean. Los hechos son los hechos y no puedo obviar la realidad de mi talento. Y no sólo lo digo yo. Mi gran amigo Tomás Alberto, un intelectual de primera línea, apostilla esta realidad cuando me llama para decirme, que aunque hay otros buenos columnistas sigo siendo El Maestro. ¡Qué canalla hace las veces del espejito mágico del cuento pero con rigurosa exactitud!
Por las mañanas, me levanto temprano y desayuno fruta y un tazón de leche con pan. Después, salgo a tomar un café al bar de mi barrio, como llevo haciendo durante años. Allí escribo mis primeras notas en el periódico. Hago anotaciones a lápiz en los márgenes del periódico, en los huecos blancos entre las noticias, reportajes y crónicas. A veces, si la información está revestida de un rigor excepcional, utilizo mi pluma, regalada por un lejano amor que sin duda aún me añora. Marco con ella y con letra de imprenta mis impresiones. Al principio, los dueños de los bares se ofendían por que escribiese en sus periódicos, pero al fin supieron ver el valor que éstos ganaban cuando mi talento adornaba la carente intelectualidad de unos medios zafios y decadentes. Escribo en los márgenes de varios periódicos regionales, que son los que tiene el bar de Tomás Alberto en mi barrio. Después, voy a una cafetería elegante del centro de la ciudad y allí continúo mi intensa labor periodística. Escribo en los dos diarios nacionales de mayor tirada y en algún medio local gratuito que mensualmente traen al café. Anoto mis doctas impresiones entre la publicidad, cuando me deja hueco, y en los espacios en blanco entre los textos. Me agrada como las gentes se arremolinan en ocasiones ante mí, para ver como trabaja un genio. Alguna vez, me pidieron que escribiera en alguna revista, pero lo rechacé por frívolo y banal. Dediqué mis esfuerzos literarios a escribir anotaciones en varios libros de la biblioteca pública, lo que supuso mi expulsión del centro municipal, ¡cuánta incultura!
Hoy escribo esta columna desde un nuevo centro que sin duda sabrá reconocerme como merezco. El psiquiátrico es un lugar limpio y agradable lleno de gentes simpáticas y divertidas. Sin duda, un lugar adecuado para un loco enamorado del periodismo y la literatura. Ya me veo en grandes titulares junto a una enorme fotografía que destaque mis rasgos apolíneos. En la imagen se me verá orgulloso recogiendo mi merecido Pulitzer que desde aquí, dedico humildemente a todos mis lectores, a quienes sin duda he llenado de placer lector y erudición. Y, como dijo el clásico: Memoriae duplex virtux, sé que no podrán olvidarme.
Estos días estoy que vivo sin vivir en mí. Sé, aunque nadie me lo ha dicho oficialmente, que soy un firme candidato al Pulitzer de este año. Al fin, se reconoce mi talento y el enorme esfuerzo y dedicación que en los últimos años he dedicado al periodismo y, de forma puntual pero intensa, a la literatura.
Soy licenciado en periodismo y ejerzo desde hace más de 25 años. Escribo colaboraciones en varios periódicos regionales y en los dos diarios nacionales de mayor tirada. También, colaboro con algún medio local, más por amistad que por otra cosa. Reconozco que es para mí un tremendo placer seguir la actualidad tanto de lo local como de lo internacional y poder contarlo a los lectores. Reconozco también, el placer que es colaborar en estos medios donde tengo el privilegio de contar con grandes amigos con quienes comparto trabajo y café. Permítanme este auto bombo un tanto pedante y pretencioso, pero, creo que la ocasión lo merece. Ser un firme candidato al Pulitzer hace que le nazcan a uno mariposas en el estómago y alas en los pies, así que discúlpenme si hoy estoy ufano en esta columna de opinión que agradezco humildemente que lean. Los hechos son los hechos y no puedo obviar la realidad de mi talento. Y no sólo lo digo yo. Mi gran amigo Tomás Alberto, un intelectual de primera línea, apostilla esta realidad cuando me llama para decirme, que aunque hay otros buenos columnistas sigo siendo El Maestro. ¡Qué canalla hace las veces del espejito mágico del cuento pero con rigurosa exactitud!
Por las mañanas, me levanto temprano y desayuno fruta y un tazón de leche con pan. Después, salgo a tomar un café al bar de mi barrio, como llevo haciendo durante años. Allí escribo mis primeras notas en el periódico. Hago anotaciones a lápiz en los márgenes del periódico, en los huecos blancos entre las noticias, reportajes y crónicas. A veces, si la información está revestida de un rigor excepcional, utilizo mi pluma, regalada por un lejano amor que sin duda aún me añora. Marco con ella y con letra de imprenta mis impresiones. Al principio, los dueños de los bares se ofendían por que escribiese en sus periódicos, pero al fin supieron ver el valor que éstos ganaban cuando mi talento adornaba la carente intelectualidad de unos medios zafios y decadentes. Escribo en los márgenes de varios periódicos regionales, que son los que tiene el bar de Tomás Alberto en mi barrio. Después, voy a una cafetería elegante del centro de la ciudad y allí continúo mi intensa labor periodística. Escribo en los dos diarios nacionales de mayor tirada y en algún medio local gratuito que mensualmente traen al café. Anoto mis doctas impresiones entre la publicidad, cuando me deja hueco, y en los espacios en blanco entre los textos. Me agrada como las gentes se arremolinan en ocasiones ante mí, para ver como trabaja un genio. Alguna vez, me pidieron que escribiera en alguna revista, pero lo rechacé por frívolo y banal. Dediqué mis esfuerzos literarios a escribir anotaciones en varios libros de la biblioteca pública, lo que supuso mi expulsión del centro municipal, ¡cuánta incultura!
Hoy escribo esta columna desde un nuevo centro que sin duda sabrá reconocerme como merezco. El psiquiátrico es un lugar limpio y agradable lleno de gentes simpáticas y divertidas. Sin duda, un lugar adecuado para un loco enamorado del periodismo y la literatura. Ya me veo en grandes titulares junto a una enorme fotografía que destaque mis rasgos apolíneos. En la imagen se me verá orgulloso recogiendo mi merecido Pulitzer que desde aquí, dedico humildemente a todos mis lectores, a quienes sin duda he llenado de placer lector y erudición. Y, como dijo el clásico: Memoriae duplex virtux, sé que no podrán olvidarme.
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Rimas de justicia
17 Octubre 2016
Pago mis penas en un penal
Por robar peras de un peral
Rima de cargos y amargos lugares, de arbolado y lo hurtado en él. Es, sin duda, justicia poética
17 Octubre 2016
Pago mis penas en un penal
Por robar peras de un peral
Rima de cargos y amargos lugares, de arbolado y lo hurtado en él. Es, sin duda, justicia poética
El vuelo 507
El vuelo 507 había tenido un ligero retraso por causas ajenas al propio aeropuerto. Bonito eufemismo para justificar lo injustificable. Así que, los pasajeros estábamos un tanto indignados. Después de soportar los controles que descalzan a los viajeros. Que sospechan de un abuelo que hace saltar los detectores de metal con su prótesis de cadera. La tensión se acumulaba en el pasaje. Ver llegar al comandante González, así lo indicaba una placa en su americana, apoyándose en los hombros de dos sufridas azafatas y con aspecto demacrado no fue tranquilizador.
Cuando se cerró la puerta de la cabina la azafata rubia y fea susurró a la morena que le faltaba una muela: “El cabrón vuelve a estar borracho”. Al oírlo pensé en la desgracia que suponen los vuelos low-cost: pagas poco y poco puedes exigir. El caballero que estaba a mi lado, al grito de “que les den por el saco, yo me las piro”, cogió su equipaje de mano y se escurrió entre la puerta de embarque que se empezaba a cerrar. Dejo atrapado en el cierre estanco de la puerta del avión, una parte del pantalón. Nunca supe si realmente había podido huir del aparato, o aún continuaba al otro lado de la puerta agarrado a la manilla. Un señor justo detrás de mí elevó la voz ante la situación:
―¡El piloto va borracho! ―gritó.
Inmediatamente la azafata rubia, la azafata morena y un azafato negro grandón negociaron con el vociferante pasajero para que se callara. Fue definitivo que le sirvieran un gintónic sin costo para que el elemento subversivo dejara de gritar.
El despegue del vuelo 507 fue horrible. Traqueteos, giros bruscos, acelerones y frenadas injustificadas. Cuando el avión se elevó todos respiramos ligeramente más tranquilos. Poco duró la calma. La voz del comandante González sonó:
―Buenoz diaz cabronez, vamos a pasar un vuelo de la hoztia, ja ja ja. Así que abrocharus los cintolones
La comunicación se cortó bruscamente y un nuevo salto del avión nos confirmó lo que ya intuíamos: el piloto tenía una castaña del diez y nosotros estábamos en sus manos. Pese a que las azafatas salieron a sonreír al pasaje para tranquilizarlo, su inocente comentario entre ellas: “Éste piloto es un hijo de puta”, hizo que la revolución estallase.
Voces, gritos, una patada en los huevos al señor que pedía calma. Una violación de la azafata rubia en el baño al grito de “nosotros pagamos nosotros exigimos”, una reconciliación amorosa de una pareja que llevaba años sin hablarse: “Pepe yo te necesito”, decía ella mientras se besaban en el tumulto.
La exaltación exigía la decapitación del piloto y una vez que el pasaje consiguió que el azafato negro grandón se pusiera de su parte, se dirigió a la cabina del avión con intención de hacer justicia. Abrieron la cabina y vieron al comandante vomitando en una esquina, mientras nadie se encontraba a los mandos. Alguien preguntó por el copiloto y la azafata morena que le faltaba una muela dijo que no había podido venir y luego añadió: “Cosas del low-cost”.
Se formó una asamblea para decidir sobre la forma adecuada de gestionar la crisis, ya que los encargados de ello habían fracasado. La dirigía uno que vio en la tele a los indignados del 15M, y vio ciertas similitudes entre el problema y la solución posible. Al final, la junta popular en decisión soberana del pasaje, decidió que alguien debía pilotar el avión. Descartaron a la peluquera, pese a su experiencia en pilotaje del carrito de sus gemelos. Rechazaron también, a un camionero gordo porque pese a su experiencia en rutas internacionales, no se había traído las gafas y no veía ni torta. Eliminaron como opción posible, a un piloto de transpaleta de un almacén de tubos que presumía de poner el avión en la balda adecuada.
Cuando la asamblea del pasaje soberano estaba deliberando la respuesta, que, por supuesto, sería unánime, libre y representativa del pueblo, sonó a su lado la voz del piloto que desprendía aroma a ron:
―No tenéis ni puta idea de manejal este chisme, así que, os guste o no, lo manejo yo o nos vamos a tomal por el culo cablones
Todos nos sentamos y abrochamos los cinturones. Cabizbajos aceptamos la única solución razonable. El piloto estaba pedo pero era el único que podía manejar el avión. El hombre que pedía calma en el tumulto anterior, dijo que era igual que en la política del país: los políticos eran quienes sabía pilotar la nación y nosotros su pasaje prisionero. A pesar de tener su parte de razón alguien le volvió a dar una patada en los huevos. Acatamos la realidad pero que no nos la restrieguen por dios. Un poquito de por favor.
Cuando se cerró la puerta de la cabina la azafata rubia y fea susurró a la morena que le faltaba una muela: “El cabrón vuelve a estar borracho”. Al oírlo pensé en la desgracia que suponen los vuelos low-cost: pagas poco y poco puedes exigir. El caballero que estaba a mi lado, al grito de “que les den por el saco, yo me las piro”, cogió su equipaje de mano y se escurrió entre la puerta de embarque que se empezaba a cerrar. Dejo atrapado en el cierre estanco de la puerta del avión, una parte del pantalón. Nunca supe si realmente había podido huir del aparato, o aún continuaba al otro lado de la puerta agarrado a la manilla. Un señor justo detrás de mí elevó la voz ante la situación:
―¡El piloto va borracho! ―gritó.
Inmediatamente la azafata rubia, la azafata morena y un azafato negro grandón negociaron con el vociferante pasajero para que se callara. Fue definitivo que le sirvieran un gintónic sin costo para que el elemento subversivo dejara de gritar.
El despegue del vuelo 507 fue horrible. Traqueteos, giros bruscos, acelerones y frenadas injustificadas. Cuando el avión se elevó todos respiramos ligeramente más tranquilos. Poco duró la calma. La voz del comandante González sonó:
―Buenoz diaz cabronez, vamos a pasar un vuelo de la hoztia, ja ja ja. Así que abrocharus los cintolones
La comunicación se cortó bruscamente y un nuevo salto del avión nos confirmó lo que ya intuíamos: el piloto tenía una castaña del diez y nosotros estábamos en sus manos. Pese a que las azafatas salieron a sonreír al pasaje para tranquilizarlo, su inocente comentario entre ellas: “Éste piloto es un hijo de puta”, hizo que la revolución estallase.
Voces, gritos, una patada en los huevos al señor que pedía calma. Una violación de la azafata rubia en el baño al grito de “nosotros pagamos nosotros exigimos”, una reconciliación amorosa de una pareja que llevaba años sin hablarse: “Pepe yo te necesito”, decía ella mientras se besaban en el tumulto.
La exaltación exigía la decapitación del piloto y una vez que el pasaje consiguió que el azafato negro grandón se pusiera de su parte, se dirigió a la cabina del avión con intención de hacer justicia. Abrieron la cabina y vieron al comandante vomitando en una esquina, mientras nadie se encontraba a los mandos. Alguien preguntó por el copiloto y la azafata morena que le faltaba una muela dijo que no había podido venir y luego añadió: “Cosas del low-cost”.
Se formó una asamblea para decidir sobre la forma adecuada de gestionar la crisis, ya que los encargados de ello habían fracasado. La dirigía uno que vio en la tele a los indignados del 15M, y vio ciertas similitudes entre el problema y la solución posible. Al final, la junta popular en decisión soberana del pasaje, decidió que alguien debía pilotar el avión. Descartaron a la peluquera, pese a su experiencia en pilotaje del carrito de sus gemelos. Rechazaron también, a un camionero gordo porque pese a su experiencia en rutas internacionales, no se había traído las gafas y no veía ni torta. Eliminaron como opción posible, a un piloto de transpaleta de un almacén de tubos que presumía de poner el avión en la balda adecuada.
Cuando la asamblea del pasaje soberano estaba deliberando la respuesta, que, por supuesto, sería unánime, libre y representativa del pueblo, sonó a su lado la voz del piloto que desprendía aroma a ron:
―No tenéis ni puta idea de manejal este chisme, así que, os guste o no, lo manejo yo o nos vamos a tomal por el culo cablones
Todos nos sentamos y abrochamos los cinturones. Cabizbajos aceptamos la única solución razonable. El piloto estaba pedo pero era el único que podía manejar el avión. El hombre que pedía calma en el tumulto anterior, dijo que era igual que en la política del país: los políticos eran quienes sabía pilotar la nación y nosotros su pasaje prisionero. A pesar de tener su parte de razón alguien le volvió a dar una patada en los huevos. Acatamos la realidad pero que no nos la restrieguen por dios. Un poquito de por favor.
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La última foto de Antonov
Fotografía KIRILL KUDRYAVTSEV (AFP) publicada el 30 de mayo en El País
Era el último día de trabajo de Antonov. A partir de mañana sería un fotógrafo jubilado. Para un hombre de orden como él, el último día de trabajo era un día más, para hacer bien aquello que le apasionaba. Así que, cogió su cámara, el trípode, la bolsa de los objetivos y un paquete de cigarros; esos que el médico prohibió y que su mujer pensaba que los tenía abandonados. Cogió una chaqueta gruesa de cuero, con tantos años como él y que también se jubilaría mañana, porque esa madrugada haría frío. Tenía que fotografiar el envío de una nave al infinito y mucho más. El periódico había decidido que fuera él, como premio a toda una vida de trabajo abnegado. Esa foto, sería portada y supondría un galardón de oro a una carrera larga y fructífera. A Antonov, le hubiera gustado más que su última foto hubiera sido a una actriz joven que entrevistaban ese día. Tenía fama de comprar las fotos del reportaje con favores sexuales. El reportero gráfico había comprado incluso viagra, pero al final fue su jefe a hacer la foto y a él le había tocado la mierda del Soyuz TMA en el coño Kazajistán como su último trabajo. Así al amanecer de su último día laboral, Antonov, profesional, se subió el cuello de la chaqueta, encendió el cigarro, y preparó su equipo en la gélida mañana en la instalación aeroespacial. Entre el ruido y el humo, disparó varios click a la fea y nada sexy nave en su su despegue. Con la misma parsimonia que había preparado la toma, recogió el equipo y volvió al periódico. En el viaje de regreso a la redacción, repasó mentalmente su carrera y sonrío feliz. Cuando los editores vieron las imágenes, le llamaron al despacho del director de Diseño y Maquetación.
- ¿Qué mierda has traído? ¡Aquí no se ve nave ni cohete ni nada! ¡¡¡¡SI PARECE QUE LA TRAYECTORIA DE LA SOYUZ VA AL SUELO!!!
Antonov, impávido, aguantó el chaparrón, no era el primero pero sí seria el último. Mientras el director gritaba pensó en su jefe con la actriz, en el viagra que aún llevaba en la cartera. Pensó en su primer día con la cámara. Se acordó de muchas cosas en poco tiempo y sonrió feliz. Al día siguiente, ya liberado de prisas, mientras tomaba el café vio en el periódico su imagen en la portada. El titular a cinco columnas ocupaba todo el ancho de la publicación: "Épico despegue de la Soyuz TMA-13M". Antonov sonrío cínico y pensó en como las palabras de los periodistas unas veces definen el mundo y otras lo maquillan para hacerlo más vendible. Pero a él, eso ya le daba igual, hoy salía a pescar y ya se hacía tarde.
LA SEÑAL NUEVA DE TRÁFICO
El perro levantó la pata y meó en la señal nueva de tráfico. El guardia, al verlo, se acercó sigiloso por detrás y dijo al chucho: "Te pillé". El animal giró la cabeza sorprendido y miró al agente con cara de malas pulgas. "Eso será si me pillas, gordo cabrón", dijo el cánido antes de salir corriendo. El policía se rascó la cabeza sorprendido y para reponerse decidió tomar un café. Lo pidió con sacarina, es verdad que se estaba poniendo gordo, el perro tenía razón.
El perro levantó la pata y meó en la señal nueva de tráfico. El guardia, al verlo, se acercó sigiloso por detrás y dijo al chucho: "Te pillé". El animal giró la cabeza sorprendido y miró al agente con cara de malas pulgas. "Eso será si me pillas, gordo cabrón", dijo el cánido antes de salir corriendo. El policía se rascó la cabeza sorprendido y para reponerse decidió tomar un café. Lo pidió con sacarina, es verdad que se estaba poniendo gordo, el perro tenía razón.
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QUIERO UN GATO, UN PERRO Y UNA PECERA
Quiero un gato, un perro y una pecera.
Que desayunen conmigo bajo un árbol.
Quiero junto a ti un orgasmo.
Que escandalice a los que no nos ven.
Pecera con algas, burbujitas de aire,
caracol manzana y peces de colores
Es lo que no tengo
ya que pasé mi tiempo
dando tumbos sin reloj
Con la maleta a cuestas
añoré la casa de la vida tranquila y casera
esa que ahora me espera
y me da miedo vivir por aburrida
Quiero trabajar a gusto.
Bajo un árbol vetusto.
Y que venga a hacer monadas
un mono tarzán
Quiero un crucero sin cruces.
Con un mar de deseos.
Que me mezcan con arrullos.
Qué bonito es soñar
Que desayunen conmigo bajo un árbol.
Quiero junto a ti un orgasmo.
Que escandalice a los que no nos ven.
Pecera con algas, burbujitas de aire,
caracol manzana y peces de colores
Es lo que no tengo
ya que pasé mi tiempo
dando tumbos sin reloj
Con la maleta a cuestas
añoré la casa de la vida tranquila y casera
esa que ahora me espera
y me da miedo vivir por aburrida
Quiero trabajar a gusto.
Bajo un árbol vetusto.
Y que venga a hacer monadas
un mono tarzán
Quiero un crucero sin cruces.
Con un mar de deseos.
Que me mezcan con arrullos.
Qué bonito es soñar
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Se conocieron en la red
Se conocieron en la red y se enredaron. Ella era Sincera38 y él Carlos42. Estaban en el chat de su ciudad, perdidos en el almacén de las almas perdidas. En el lugar donde los espíritus deambulaban buscando aquello que ansían.
Sincera38 indicaba su valor y el número de primaveras en su alias. Carlos42, su nombre y edad. Ella idealista, él práctico. Se conocieron con un “Hola”. La conversación discurrió entre tópicos y preguntas que trataban de saber más sobre el que estaba al otro lado de la pantalla. ¿A qué te dedicas? ¿Qué te gusta? ¿Casado? El intercambio de textos de un ordenador a otro fue en aumento y el interés y la confianza también. La conversación fue subiendo de temperatura y encendió los cuerpos de los navegantes de la red mientras se proponían a través del ordenador caricias y besos.
―¿Te apetece que quedemos? ―dijo él con ansia indisimulada.
―Es muy tarde ―dijo ella prudente.
Sonó una llamada con número oculto y el teléfono unió a los amantes con sonidos de jadeos y deseo mientras se daban placer a distancia. Cuando la respiración agitada se recuperó, quedaron para comer al día siguiente.
El móvil volvió a conectarlos. “Hola, ¿dónde estás?”, dijo Sincera38. “Frente a la puerta del restaurante, llevo un niqui negro y pantalones vaqueros”, dijo Carlos42. “Yo una americana azul, ya te veo”, dijo ella mientras levantaba la mano para saludar y darse a conocer. Se sentaron en la terraza del local y mientras charlaban con cautela y superaban nervios y vergüenzas iban conociéndose. Ella se llamaba Ana. Vestía una americana azulona; moderna y elegante. A juego con una camiseta de tirantes azul oscura y unos pantalones vaqueros. Tenía el pelo caoba recién arreglado en la peluquería y unas gafas con un toque de color verde en las patillas. Él se llamaba Jesús, Carlos Jesús explicó luego. Niqui negro, vaqueros y una chamarra negra de loneta. Pidieron al camarero unos pinchos y bebida. Una coca-cola para ella y una cerveza para él. Mientras comían, sentían el calor del sol sobre ellos. Entremezclada con las palabras sonaba la música de acordeón de un músico callejero.
Compartían rupturas con parejas anteriores y deseos de encontrar una nueva complicidad. Pero prejuicios y perspectivas diferentes los distanciaban. “Casi no me atrevo a venir por la vergüenza”, dijo Ana. “Me alegro de que hayas venido, fue divertido”, dijo él quitándole importancia. Ella asintió.
La conversación fue fluyendo entre bromas, acuerdos y desacuerdos. Entre conocerse más y responder si el otro era lo que estaban buscando. El café lo tomaron en un bar cercano, y sobre un sofá de cuero intercambiaron besos y caricias como adolescentes de 16 años a los que no les importa quién esté mirando. Pese a que el deseo los hubiera empujado a más, el qué dirán venció. Después de un largo rato de juegos se despidieron.
Carlos42 acompañó a Sincera38 al autobús y con un beso corto en los labios y un abrazo se despidieron. Cuando el humo del autobús de dispersó las almas separadas pensaron en su cita a ciegas. Recorrieron mentalmente los minutos transcurridos. Las palabras, los besos, las manos entrelazadas. El deseo contenido, la vergüenza, la complicidad que surgió junto al aroma del café. Dos adultos comportándose como chiquillos. Satisfechos y frustrados a un tiempo. Sorprendidos por la manera de comportarse, que no esperaban haber tenido pero sucedió, y expectantes ante el próximo paso. La edad limita la ilusión pero no apaga su llama. Y esa noche se intercambiaron mensajes: “Me ha encantado conocerte y me encantaría volver a quedar contigo”; “A mí también, lo he pasado muy bien, un beso”.
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LA TELE, EL PERRO Y EL AMO
Los viernes, si no hay un plan más interesante, suelo aprovecharlos para relajarme, después de una semana intensa de trabajo. Aprovecho para dar un paseo largo con Bruno, mi perro de mil razas, de pelo negro y largo. Después, preparo un caldo y lo tomo en la sala mientras veo el telediario. Bruno, se queda sentado tranquilo y mira atento las noticias. De cuando en cuando, si algo le llama la atención, levanta la oreja izquierda y ladea la cabeza. Después, se tumba completamente, apoya la cabeza en la alfombra y bosteza. Pero nunca pierde de vista la pantalla. Me río viéndolo tan atento mientras observa la televisión.
Normalmente, el perro sigue con interés las noticias, pero hoy estaba especialmente concentrado. Acabado el informativo, y mientras emitían el parte meteorológico, Bruno meneó la cabeza con desagrado a un lado y a otro, al tiempo que anunciaban lluvias sobre nuestra ciudad. “Qué pasa Bruno, ¿qué no te gusta el agua?”, pregunté a mi canino amigo. De repente, se quedó muy serio, me miró fijamente, alzó las dos orejas muy digno y lanzó un ladrido corto. Después carraspeó y pasó algo que no esperaba:
―Sabes que odio la lluvia ―contestó el perro.
Bajó la cabeza un segundo y volvió a mirarme fijamente. Aspiró y continuó su perorata:
―Pero sabes lo que más me mata: esta televisión tan deprimente. Tanto hablar de escándalos de políticos corruptos a los que no se condena. De economistas que no saber resolver la economía del país pero que solucionan bien su hacienda cobrando unos sueldos escandalosos. De Gobiernos que no gobiernan y despilfarran recursos… Los informativos lo cuentan todo como si fuera un culebrón: muchos capítulos pero ninguna conclusión clara. En parte, por la propia complejidad de la información, como en el caso de los juicios. En parte, por el interés de ocultar datos por los propios responsables, para evitar así que se conozcan sus propias negligencias.
El perro acabó el discurso mientras yo, con los ojos abiertos como platos y completamente alucinado, no sabía ni qué decir, ni qué hacer.
―Pero, ¿hablas?― dije balbuceando.
El perro, con aire de superioridad y condescendencia, miró a un lado y a otro, como para asegurarse que nadie lo veía, tomó aire y abrió la boca:
―Guau ―ladró. Y esa fue la última vez que habló y se sentó conmigo a ver el telediario. La verdad, echo de menos sus comentarios. Escasos pero tremendamente lúcidos.
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LA CHICA DEL VESTIDO ROJO
La chica del vestido rojo esperaba en la escalera del portal. El bolso, a juego con la chaqueta y los zapatos, decía de ella que se preocupaba sin exageraciones de la apariencia. Mostraba una elegancia sobria y medida, equilibrada y sin estridencias. La pose tranquila: paciente y sin prisas, hablaba de serenidad y sencillez interior. De ahí nace todo lo que perdura, de dentro y se irradia hacia fuera. La chica del vestido rojo, de las piernas torneadas y del pelo negro, esperaba en la escalera y cuando se marchó, quedó el vacío que las grandes presencias dejan a su paso.
La chica del vestido rojo esperaba en la escalera del portal. El bolso, a juego con la chaqueta y los zapatos, decía de ella que se preocupaba sin exageraciones de la apariencia. Mostraba una elegancia sobria y medida, equilibrada y sin estridencias. La pose tranquila: paciente y sin prisas, hablaba de serenidad y sencillez interior. De ahí nace todo lo que perdura, de dentro y se irradia hacia fuera. La chica del vestido rojo, de las piernas torneadas y del pelo negro, esperaba en la escalera y cuando se marchó, quedó el vacío que las grandes presencias dejan a su paso.
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RETRATOS Empieza con M
Su nombre empieza con eme mayúscula y él es un tío mayúsculo a pesar de su estatura contenida. Es pequeño, alegre, dicharachero y contagia su energía a quienes están junto a él. Con sus 40 años pasados, mantiene la esencia de un niño grande. Viste pantalones cortos cuando el tiempo lo permite; niquis todo el año y calza una sonrisa alegre y perenne que tiende a desembocar en carcajada con facilidad.
El señor M está casado. Es un feliz padre de una niña que llora, mientras los dientes le empiezan a salir. Trabaja en una empresa del metal como un obrero orgulloso y cuando sale dirige su bar. Lleva con naturalidad esa esquizofrenia de ser empleado y jefe en el mismo día. Si le queda tiempo, que no siempre es fácil, pasea con su moto o hace fotografías. Satisfecho con su vida no se conforma con quedarse estancado: se afana por cumplir sus sueños. Su mirada inquieta y su espíritu emprendedor lo hacen observar todo lo que sucede a su alrededor. De cuando en cuando, pugna por empezar un nuevo proyecto con el que alimentar su ilusión. Es un infatigable diseñador de sueños, unos posibles otros quiméricos, con una mente creativa que no puede dejar de imaginar nuevas aventuras. Por suerte, el ancla de su vida, su compañera, lo mantiene sujeto al suelo y evita que se eleve como un globo. Al mismo tiempo, le permite volar lo suficiente para que pueda respirar el aire limpio de la ilusión. En ese pulso por mantener los pies sobre la tierra y tratar de alcanzar el cielo pasa cada día viviendo con deleite. Tiene una facultad casi mágica para relacionarse con los demás. Para vivir y dejar vivir, y, si es posible, contribuir a que los demás vivan mejor. Saluda a unos y a otros y, con sus ojos pequeños de roedor listo, comprende al instante a los demás. Reconoce sus maneras, las respeta, y valora a quien tiene enfrente. No se deja enredar en competencias estúpidas ni en guerras personales. De forma natural y sin condescendencias aprovecha el regalo de un tiempo de conversación. También, si las cosas se complican, sabe enmendar la situación y resolver los asuntos antes de que se desboquen. De cuando en cuando, llueve en su vida y le salen por dentro las ampollas del mal humor, el cansancio y las frustraciones. Pero lo normal es que sepa poner el sol del buen humor a cada día.
Se puede decir que mister M es un tío natural y simpático, un tío cojonudo con el que se puede tomar cañas y trabajar. Que es un hombre sereno, sensato y seguro que sabe pronunciar la palabra amigo con todo su sentido. Que vive con sencillez e intensidad. Él, está orgulloso de sus logros y aspira a nuevos e ilusionantes retos. Sabe aspirar cada minuto con placer y así va construyendo su futuro con los pasos serenos y firmes del día a día. Es un hombre que vive y ayuda a vivir, un faro de buen humor y energía que navega por la vida con la ilusión de un marinero advenedizo y la serenidad de un viejo capitán.
Su nombre empieza con eme mayúscula y él es un tío mayúsculo a pesar de su estatura contenida. Es pequeño, alegre, dicharachero y contagia su energía a quienes están junto a él. Con sus 40 años pasados, mantiene la esencia de un niño grande. Viste pantalones cortos cuando el tiempo lo permite; niquis todo el año y calza una sonrisa alegre y perenne que tiende a desembocar en carcajada con facilidad.
El señor M está casado. Es un feliz padre de una niña que llora, mientras los dientes le empiezan a salir. Trabaja en una empresa del metal como un obrero orgulloso y cuando sale dirige su bar. Lleva con naturalidad esa esquizofrenia de ser empleado y jefe en el mismo día. Si le queda tiempo, que no siempre es fácil, pasea con su moto o hace fotografías. Satisfecho con su vida no se conforma con quedarse estancado: se afana por cumplir sus sueños. Su mirada inquieta y su espíritu emprendedor lo hacen observar todo lo que sucede a su alrededor. De cuando en cuando, pugna por empezar un nuevo proyecto con el que alimentar su ilusión. Es un infatigable diseñador de sueños, unos posibles otros quiméricos, con una mente creativa que no puede dejar de imaginar nuevas aventuras. Por suerte, el ancla de su vida, su compañera, lo mantiene sujeto al suelo y evita que se eleve como un globo. Al mismo tiempo, le permite volar lo suficiente para que pueda respirar el aire limpio de la ilusión. En ese pulso por mantener los pies sobre la tierra y tratar de alcanzar el cielo pasa cada día viviendo con deleite. Tiene una facultad casi mágica para relacionarse con los demás. Para vivir y dejar vivir, y, si es posible, contribuir a que los demás vivan mejor. Saluda a unos y a otros y, con sus ojos pequeños de roedor listo, comprende al instante a los demás. Reconoce sus maneras, las respeta, y valora a quien tiene enfrente. No se deja enredar en competencias estúpidas ni en guerras personales. De forma natural y sin condescendencias aprovecha el regalo de un tiempo de conversación. También, si las cosas se complican, sabe enmendar la situación y resolver los asuntos antes de que se desboquen. De cuando en cuando, llueve en su vida y le salen por dentro las ampollas del mal humor, el cansancio y las frustraciones. Pero lo normal es que sepa poner el sol del buen humor a cada día.
Se puede decir que mister M es un tío natural y simpático, un tío cojonudo con el que se puede tomar cañas y trabajar. Que es un hombre sereno, sensato y seguro que sabe pronunciar la palabra amigo con todo su sentido. Que vive con sencillez e intensidad. Él, está orgulloso de sus logros y aspira a nuevos e ilusionantes retos. Sabe aspirar cada minuto con placer y así va construyendo su futuro con los pasos serenos y firmes del día a día. Es un hombre que vive y ayuda a vivir, un faro de buen humor y energía que navega por la vida con la ilusión de un marinero advenedizo y la serenidad de un viejo capitán.
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OÍDO A DOS AMANTES EN PLENA GUERRA MUNDIAL
EL AMOR QUE TÚ ME DAS
LO COMPRO EN UN SUPERMERCADO
Y AUNQUE DICEN QUE NO SON BUENOS LOS AMORES DE SALDO
A MÍ ME SABEN IGUAL
QUIZÁ NO TENGA PALADAR
O QUIZÁ EL NUESTRO FUE UN AMOR SOSO
SIN PICANTE NI SAL, SIN DICHAS Y SIN DEMASIADOS GOZOS.
COMO DIJO SABINA, NOS QUISIMOS COMO SE QUIERE A UN GATO,
UN ANIMAL PARA PASAR UN RATO QUE CALME LA SOLEDAD.
TE CONTESTO QUE ME DEJAS SIN PALABRA
PERO AL MENOS POR FIN ME DEJAS.
AHORA PUEDO VOLAR SIN ALAS
Y FLOTANDO CON LAS OREJAS.
HE BEBIDO, E IGUAL POR ESO DIGO LA VERDAD.
Y ME DEJO DE ROMANTICISMOS.
Y ME RÍO DE MÍ MISMO.
QUE HAY MUCHO DE DÓNDE SACAR.
PERO DE TODOS MODOS, SE DIJERON A CORO,
NOS QUISIMOS UN RATO QUE ESO ES ALGO RARO
EN UN MUNDO LOCO QUE GIRA ‘SON’ PARAR.
Y SE RIERON POR EL ERROR DEL
SIN QUE SE CONVIRTIÓ EN SON Y SE HIZO MÚSICA
¡QUÉ BONITA ES LA RISA INCLUSO PARA DECIR ADIÓS!
EL AMOR QUE TÚ ME DAS
LO COMPRO EN UN SUPERMERCADO
Y AUNQUE DICEN QUE NO SON BUENOS LOS AMORES DE SALDO
A MÍ ME SABEN IGUAL
QUIZÁ NO TENGA PALADAR
O QUIZÁ EL NUESTRO FUE UN AMOR SOSO
SIN PICANTE NI SAL, SIN DICHAS Y SIN DEMASIADOS GOZOS.
COMO DIJO SABINA, NOS QUISIMOS COMO SE QUIERE A UN GATO,
UN ANIMAL PARA PASAR UN RATO QUE CALME LA SOLEDAD.
TE CONTESTO QUE ME DEJAS SIN PALABRA
PERO AL MENOS POR FIN ME DEJAS.
AHORA PUEDO VOLAR SIN ALAS
Y FLOTANDO CON LAS OREJAS.
HE BEBIDO, E IGUAL POR ESO DIGO LA VERDAD.
Y ME DEJO DE ROMANTICISMOS.
Y ME RÍO DE MÍ MISMO.
QUE HAY MUCHO DE DÓNDE SACAR.
PERO DE TODOS MODOS, SE DIJERON A CORO,
NOS QUISIMOS UN RATO QUE ESO ES ALGO RARO
EN UN MUNDO LOCO QUE GIRA ‘SON’ PARAR.
Y SE RIERON POR EL ERROR DEL
SIN QUE SE CONVIRTIÓ EN SON Y SE HIZO MÚSICA
¡QUÉ BONITA ES LA RISA INCLUSO PARA DECIR ADIÓS!
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ME GUSTAN LOS DOMINGOS
Me gustan los domingos, y no sólo porque sean festivos, que también, sino porque tienen un aura de silencio y calma especial. Son días sigilosos, afónicos, con sordina. Días reservados, prudentes y cautelosos. Los domingos son reposo, pereza y tregua. El fragor semanal se toma fiesta; aunque siempre hay excepciones.
En domingo no se sacuden las alfombras, no hay sonido de martillos clavando cuadros, las radios a todo volumen dejan de chillar. Los chiquillos y sus voces no llegan tarde a clase, las bocinas de los coches descansan y construyen las calles un poco más tarde, o se sale más tarde para verlas. En domingo hay fábricas de silencio que arrojan su callado producto. Uno se refugia más tiempo entre las sábanas. Grita bajito pidiendo las rabas en el bar. Lee el periódico y compra el pan. Toma el sol. Desempolva el coche para pasear y presumir. El domingo es día de carteleras de cine, de café sin prisa, de fútbol y paseos, de resignación ante el cercano lunes. No siempre me gustaron los domingos, alguna vez pensé que deberían abolirse por aburridos y tristes. No salía nadie, nadie estaba dispuesto a hacer algo interesante. Después de seis días intensos uno sufría el mono por la inactividad. Le dolía la cabeza por las ausencias, los excesos del sábado y… la resaca. No sabía qué hacer si no lo arrastraba la rutina y la costumbre. Supongo que odiar los domingos o amarlos es un indicador de algo. Por ejemplo, de que cada época tiene sus filias y sus fobias; o de que uno ya no es joven y empieza a ser viejo sin transiciones; o de que el tiempo pasa y nos va moldeando mientras nos consume. Adoro y deseo los domingos. Me encantan, cautivan, seducen y enamoran. Los paladeo con deleite como la guinda del pastel semanal.
El domingo es un día de silencios donde se pueden oír los pensamientos y deseos más íntimos si uno está atento. Con la valentía suficiente, son buenos días para empezar una nueva semana más acorde con uno mismo, que nos satisfaga de verdad. Las tardes de los domingos son buenas para ordenar la casa y las ideas, para recoger la colada de ropa y pensamientos, para planchar la vida y dejarla lista para el día siguiente.
Me gustan los domingos, y no sólo porque sean festivos, que también, sino porque tienen un aura de silencio y calma especial. Son días sigilosos, afónicos, con sordina. Días reservados, prudentes y cautelosos. Los domingos son reposo, pereza y tregua. El fragor semanal se toma fiesta; aunque siempre hay excepciones.
En domingo no se sacuden las alfombras, no hay sonido de martillos clavando cuadros, las radios a todo volumen dejan de chillar. Los chiquillos y sus voces no llegan tarde a clase, las bocinas de los coches descansan y construyen las calles un poco más tarde, o se sale más tarde para verlas. En domingo hay fábricas de silencio que arrojan su callado producto. Uno se refugia más tiempo entre las sábanas. Grita bajito pidiendo las rabas en el bar. Lee el periódico y compra el pan. Toma el sol. Desempolva el coche para pasear y presumir. El domingo es día de carteleras de cine, de café sin prisa, de fútbol y paseos, de resignación ante el cercano lunes. No siempre me gustaron los domingos, alguna vez pensé que deberían abolirse por aburridos y tristes. No salía nadie, nadie estaba dispuesto a hacer algo interesante. Después de seis días intensos uno sufría el mono por la inactividad. Le dolía la cabeza por las ausencias, los excesos del sábado y… la resaca. No sabía qué hacer si no lo arrastraba la rutina y la costumbre. Supongo que odiar los domingos o amarlos es un indicador de algo. Por ejemplo, de que cada época tiene sus filias y sus fobias; o de que uno ya no es joven y empieza a ser viejo sin transiciones; o de que el tiempo pasa y nos va moldeando mientras nos consume. Adoro y deseo los domingos. Me encantan, cautivan, seducen y enamoran. Los paladeo con deleite como la guinda del pastel semanal.
El domingo es un día de silencios donde se pueden oír los pensamientos y deseos más íntimos si uno está atento. Con la valentía suficiente, son buenos días para empezar una nueva semana más acorde con uno mismo, que nos satisfaga de verdad. Las tardes de los domingos son buenas para ordenar la casa y las ideas, para recoger la colada de ropa y pensamientos, para planchar la vida y dejarla lista para el día siguiente.
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LOS ILUSOS Y LOS TONTOS
Los ilusos y los tontos se parecen tanto que pensamos que son lo mismo. Pero la ilusión es una cosa y la estupidez otra, aunque en ocasiones cueste encontrar la diferencia.
Los ilusos y los tontos se parecen tanto que pensamos que son lo mismo. Pero la ilusión es una cosa y la estupidez otra, aunque en ocasiones cueste encontrar la diferencia.
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C.S.I. LAS VEGAS
“La serie triunfa porque en el fondo todos queremos matar a alguien”. Lo dice Fishburne, uno de los protagonistas de C.S.I. Las Vegas. Extraña oír de una forma tan clara nuestros pensamientos, y más si quien nos comprende y sabe de nosotros es alguien tan lejano. Pero sí, nos encantaría hacer un poco de justicia y acabar de una forma rápida con algunos elementos indeseados. Pero claro, además de inmoral y contrario a la ética es ilegal y nos puede costar caro. ¡Qué injusticia!
Sin negar la motivación psicopatológica yo veo algunos motivos más para el triunfo de la serie. Todos son guapos, su vida es emocionante, tienen todos los medios necesarios para su trabajo y, encima, sus habilidades particulares son reconocidas y valoradas por sus superiores. Más que una serie policíaca es una serie de ciencia ficción.
Porque es cierto que el criterio en selección de personal de Hollywood es perfecto: “Se busca policía varón, cachas, con ojos verdes y melena africana. Con sonrisa profidén y tono pausado y seguro en su voz. Seductor y atlético”. “Necesitamos mujer para agente de la ley. Rubia, de ojos azules, mirada penetrante y pechos turgentes. Femenina, sexy y con un coeficiente intelectual de 238, no más”. Los cineastas estadounidenses han hecho suyo aquello de “que se mueran los feos” y las cuentas les salen de maravilla. Así que preferimos ver a la ley en la televisión que es mucho más mona que nuestra tediosa realidad. Además de ser guapos, los agentes de C.S.I. cuentan con una vida trepidante y llena de misterios que resuelven con inteligencia. Cada día les aparece un caso imposible de resolver que ellos solucionan. ¡Qué tíos! Para ello, hacen pruebas científicas impresionantes. Cuentan con escáner de partículas subatómicas. Desfibriladores bilaterales cónicos. Aceleradores de iones radiactivos polimórficos. Multiplexores de paso alto. Son aparatos extraños que nunca se sabe si se pueden necesitar pero que viene bien tenerlos: para alcanzar los fines hacen falta medios. Así, si los 12 agentes que participan en una investigación encuentran un cigarrillo en la escena del crimen, lo fotografían hasta el aburrimiento, lo analizan con muchas lucecitas chulas y lo codifican con analizadores de espectro. Finalmente, lo introducen en una bolsa de plástico con su código de barras para evitar errores. Cinco minutos más tarde, el experto del laboratorio viendo el cigarro ha sabido quienes eran los malos, quienes les acompañaban en la fechoría, y cuánto tiempo les quedaba de vida por fumadores. Una vez pude observar trabajando a un miembro de la policía científica de aquí, y no era lo mismo. Era un hombre solo, de voz cansada y apagada. Todo su equipo cabía en una maleta de herramientas de las que venden en los supermercados. Así que se dice que las comparaciones son odiosas. Además, y por si fuera poco todo lo anterior, estos agentes de élite de la policía de ficción están reconocidos por sus superiores. Y, aparentemente, bien pagados. Los lujosos coches que conducen y sus cuidas ropas apuntan en esa dirección al menos.
Puede ser que la serie triunfe porque nos encantaría matar alguien, como apuntaba sabiamente Fishburne, uno de sus protagonistas, o porque seguimos enganchados a la idealización de la realidad, como cuando de niños leíamos cuentos de príncipes y princesas. Será que en la vida real lo único importante es encontrar un buen guionista para hacer de nuestra vida una vida de cine.
“La serie triunfa porque en el fondo todos queremos matar a alguien”. Lo dice Fishburne, uno de los protagonistas de C.S.I. Las Vegas. Extraña oír de una forma tan clara nuestros pensamientos, y más si quien nos comprende y sabe de nosotros es alguien tan lejano. Pero sí, nos encantaría hacer un poco de justicia y acabar de una forma rápida con algunos elementos indeseados. Pero claro, además de inmoral y contrario a la ética es ilegal y nos puede costar caro. ¡Qué injusticia!
Sin negar la motivación psicopatológica yo veo algunos motivos más para el triunfo de la serie. Todos son guapos, su vida es emocionante, tienen todos los medios necesarios para su trabajo y, encima, sus habilidades particulares son reconocidas y valoradas por sus superiores. Más que una serie policíaca es una serie de ciencia ficción.
Porque es cierto que el criterio en selección de personal de Hollywood es perfecto: “Se busca policía varón, cachas, con ojos verdes y melena africana. Con sonrisa profidén y tono pausado y seguro en su voz. Seductor y atlético”. “Necesitamos mujer para agente de la ley. Rubia, de ojos azules, mirada penetrante y pechos turgentes. Femenina, sexy y con un coeficiente intelectual de 238, no más”. Los cineastas estadounidenses han hecho suyo aquello de “que se mueran los feos” y las cuentas les salen de maravilla. Así que preferimos ver a la ley en la televisión que es mucho más mona que nuestra tediosa realidad. Además de ser guapos, los agentes de C.S.I. cuentan con una vida trepidante y llena de misterios que resuelven con inteligencia. Cada día les aparece un caso imposible de resolver que ellos solucionan. ¡Qué tíos! Para ello, hacen pruebas científicas impresionantes. Cuentan con escáner de partículas subatómicas. Desfibriladores bilaterales cónicos. Aceleradores de iones radiactivos polimórficos. Multiplexores de paso alto. Son aparatos extraños que nunca se sabe si se pueden necesitar pero que viene bien tenerlos: para alcanzar los fines hacen falta medios. Así, si los 12 agentes que participan en una investigación encuentran un cigarrillo en la escena del crimen, lo fotografían hasta el aburrimiento, lo analizan con muchas lucecitas chulas y lo codifican con analizadores de espectro. Finalmente, lo introducen en una bolsa de plástico con su código de barras para evitar errores. Cinco minutos más tarde, el experto del laboratorio viendo el cigarro ha sabido quienes eran los malos, quienes les acompañaban en la fechoría, y cuánto tiempo les quedaba de vida por fumadores. Una vez pude observar trabajando a un miembro de la policía científica de aquí, y no era lo mismo. Era un hombre solo, de voz cansada y apagada. Todo su equipo cabía en una maleta de herramientas de las que venden en los supermercados. Así que se dice que las comparaciones son odiosas. Además, y por si fuera poco todo lo anterior, estos agentes de élite de la policía de ficción están reconocidos por sus superiores. Y, aparentemente, bien pagados. Los lujosos coches que conducen y sus cuidas ropas apuntan en esa dirección al menos.
Puede ser que la serie triunfe porque nos encantaría matar alguien, como apuntaba sabiamente Fishburne, uno de sus protagonistas, o porque seguimos enganchados a la idealización de la realidad, como cuando de niños leíamos cuentos de príncipes y princesas. Será que en la vida real lo único importante es encontrar un buen guionista para hacer de nuestra vida una vida de cine.
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TODO EMPEZÓ CON UN CHOF CHOF
Los zapatos -esos caros zapatos de fina piel, corte italiano y membrana de gore-tex-, habían añadido un desagradable chof chof a su habitual y elegante ritmo. A pesar de que el sonido era leve llamaba bastante la atención. No era sólo yo quien se daba cuenta. Quizá les había llegado el tiempo de la jubilación. Quizá era el momento de comprar unos nuevos. Quizá… se pudieran arreglar.
Conocía a un buen zapatero, un hombre de oficio. Se preocupaba de resolver las necesidades de sus clientes y además lo hacía a un buen precio. Lo valoro mucho porque ahora es raro encontrar profesionales así. Hablé con Juan y le expuse el caso: “Mis zapatos hacen chof chof en lugar de tipi tapa, ¿se pueden arreglar?”. Me miró con cara de circunstancias. En el brillo de su ojo clínico me pareció ver que hacía balance entre costos y beneficios, además de cuestionar mi estado mental, ¿chof chof y tipi tapa? Reparar un zapato cantarín, con todo el trabajo que tenía, no parecía muy rentable. Juan se estaba convirtiendo en un empresario, el amor al trabajo se empezaba a trasladar, al menos en parte, a la producción eficiente y con una adecuada relación entre costes y beneficios. Todo ello más en consonancia con las modernas teorías económicas de la eficiencia, productividad y saber hacer. En un mundo que se rinde al capital y al dinero no se le puede cuestionar a un zapatero que se esté convirtiendo en empresario de ‘Artesanía del cuero y el calzado’. Los arreglos baratos no dejan dinero, así que se hace el arreglo completo que es más rentable para el empresario. Esta es ahora la moneda corriente. Cada vez es más difícil encontrar un buen profesional, ese que satisface tus necesidades a un precio razonable.
Ahora me acuerdo del desaparecido zapatero de mi barrio, el de toda la vida. Un hombre sencillo y dedicado a su oficio. Se batía el cobre por hacer bien las cosas y no por el resultado que pudiera quedar en la caja. Era, al fin y al cabo, uno de los últimos dinosaurios y su destino era la extinción. Contrariamente a ese mundo antiguo, ahora priman las apariencias. Todo se vende con una sonrisa educorada y postiza. La ética se sustituye por la estética y el maquillaje. Es mucho más rentable parecer profesional que serlo. Por eso, en las ocasiones que me topo con una persona de oficio guardo su nombre en una imaginaria caja fuerte. Memorizo la dirección de su negocio y trato con respeto a ese profesional de verdad que cuida a su oficio y clientes
Los zapatos -esos caros zapatos de fina piel, corte italiano y membrana de gore-tex-, habían añadido un desagradable chof chof a su habitual y elegante ritmo. A pesar de que el sonido era leve llamaba bastante la atención. No era sólo yo quien se daba cuenta. Quizá les había llegado el tiempo de la jubilación. Quizá era el momento de comprar unos nuevos. Quizá… se pudieran arreglar.
Conocía a un buen zapatero, un hombre de oficio. Se preocupaba de resolver las necesidades de sus clientes y además lo hacía a un buen precio. Lo valoro mucho porque ahora es raro encontrar profesionales así. Hablé con Juan y le expuse el caso: “Mis zapatos hacen chof chof en lugar de tipi tapa, ¿se pueden arreglar?”. Me miró con cara de circunstancias. En el brillo de su ojo clínico me pareció ver que hacía balance entre costos y beneficios, además de cuestionar mi estado mental, ¿chof chof y tipi tapa? Reparar un zapato cantarín, con todo el trabajo que tenía, no parecía muy rentable. Juan se estaba convirtiendo en un empresario, el amor al trabajo se empezaba a trasladar, al menos en parte, a la producción eficiente y con una adecuada relación entre costes y beneficios. Todo ello más en consonancia con las modernas teorías económicas de la eficiencia, productividad y saber hacer. En un mundo que se rinde al capital y al dinero no se le puede cuestionar a un zapatero que se esté convirtiendo en empresario de ‘Artesanía del cuero y el calzado’. Los arreglos baratos no dejan dinero, así que se hace el arreglo completo que es más rentable para el empresario. Esta es ahora la moneda corriente. Cada vez es más difícil encontrar un buen profesional, ese que satisface tus necesidades a un precio razonable.
Ahora me acuerdo del desaparecido zapatero de mi barrio, el de toda la vida. Un hombre sencillo y dedicado a su oficio. Se batía el cobre por hacer bien las cosas y no por el resultado que pudiera quedar en la caja. Era, al fin y al cabo, uno de los últimos dinosaurios y su destino era la extinción. Contrariamente a ese mundo antiguo, ahora priman las apariencias. Todo se vende con una sonrisa educorada y postiza. La ética se sustituye por la estética y el maquillaje. Es mucho más rentable parecer profesional que serlo. Por eso, en las ocasiones que me topo con una persona de oficio guardo su nombre en una imaginaria caja fuerte. Memorizo la dirección de su negocio y trato con respeto a ese profesional de verdad que cuida a su oficio y clientes
PORQUE ASÍ ES LA VIDA
Es divertido divertirse y sentir que las cosas sólo con decirse aparecen.
Es perverso que se esfumen las fumarolas de risa con su humo y su sonrisa. Cada día corre y pasa a toda pastilla de estarlux,
y las cosas sin ton ni son, son las que de verdad importan
Por que la vida y la risa, el llanto de la mejilla y el humo evanescente dicen que son moneda corriente en casi ningún sitio.
Así es la vida que pienso que vivo, así es la vida corriente.
Y pensando que pienso vivo. Y viviendo pensando siento, que sin entender nada entiendo las cosas que son como son.
Porque así es la vida, una café que disfrutar, un mundo por aprehender y unas lecciones que enseñar
Es divertido divertirse y sentir que las cosas sólo con decirse aparecen.
Es perverso que se esfumen las fumarolas de risa con su humo y su sonrisa. Cada día corre y pasa a toda pastilla de estarlux,
y las cosas sin ton ni son, son las que de verdad importan
Por que la vida y la risa, el llanto de la mejilla y el humo evanescente dicen que son moneda corriente en casi ningún sitio.
Así es la vida que pienso que vivo, así es la vida corriente.
Y pensando que pienso vivo. Y viviendo pensando siento, que sin entender nada entiendo las cosas que son como son.
Porque así es la vida, una café que disfrutar, un mundo por aprehender y unas lecciones que enseñar
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UN GINTÓNIC CON MUCHO HIELO
Aquella tarde de verano entró en la cafetería un tipo vestido de esquiador. Gorro de lana, chaqueta de invierno, gafas contra la ventisca, bastones y unos enormes esquís puestos en los pies. “¿Me pone un gintónic con mucho hielo, por favor?, dijo amable. A duras penas pude contener una carcajada y, muy sorprendido, puse la copa. Los pocos clientes que había aquel miércoles de julio giraron sus cabezas hacia el visitante. El esquiador arrojó al suelo varios hielos y sobre ellos se puso a practicar con los esquís junto a la barra. Se agachaba y levantaba simulando estar en las pistas. Giraba, se reía en alto. Todas las miradas estaban pendientes de su descenso a ninguna parte. “¡Si es que las ofertas están fueran de temporada!”, gritó emocionado. Los clientes se reían sorprendidos y los niños divertidos se arremolinaban entorno al esquiador.
“Toño, ¿has visto al actor de los esquís? Si gusta lo volveré a traer en septiembre”, me gritó mi jefe con lágrimas en los ojos por las risotadas. “Es cojonudo, cojonudo…”.
Aquella tarde de verano entró en la cafetería un tipo vestido de esquiador. Gorro de lana, chaqueta de invierno, gafas contra la ventisca, bastones y unos enormes esquís puestos en los pies. “¿Me pone un gintónic con mucho hielo, por favor?, dijo amable. A duras penas pude contener una carcajada y, muy sorprendido, puse la copa. Los pocos clientes que había aquel miércoles de julio giraron sus cabezas hacia el visitante. El esquiador arrojó al suelo varios hielos y sobre ellos se puso a practicar con los esquís junto a la barra. Se agachaba y levantaba simulando estar en las pistas. Giraba, se reía en alto. Todas las miradas estaban pendientes de su descenso a ninguna parte. “¡Si es que las ofertas están fueran de temporada!”, gritó emocionado. Los clientes se reían sorprendidos y los niños divertidos se arremolinaban entorno al esquiador.
“Toño, ¿has visto al actor de los esquís? Si gusta lo volveré a traer en septiembre”, me gritó mi jefe con lágrimas en los ojos por las risotadas. “Es cojonudo, cojonudo…”.
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‘MIAUUUUU’
El gato miraba de reojo al refrito sabroso, sobre la repisa.
Y con menos pausa y más prisa, mirada felina poso en el antojo.
Con contoneo y consecuencias el seductor Paciencias, se fue al plato.
Se encontró de guardián un zapato, y lanzó un zalamero ‘miau’ a su dueño
El amo dio de comer al minino que siguió su camino, en pos de un descanso.
Una sombra para un animal manso, sin duda es remanso y oasis e incluso un buen sitio para dormir
Un curioso felino este gato que tan solo un rato, pierde el orgullo.
Siendo en sí un animal muy suyo, solo abandona su pose por el más puro trasnoche o por la rica lata bufet.
El gato miraba de reojo al refrito sabroso, sobre la repisa.
Y con menos pausa y más prisa, mirada felina poso en el antojo.
Con contoneo y consecuencias el seductor Paciencias, se fue al plato.
Se encontró de guardián un zapato, y lanzó un zalamero ‘miau’ a su dueño
El amo dio de comer al minino que siguió su camino, en pos de un descanso.
Una sombra para un animal manso, sin duda es remanso y oasis e incluso un buen sitio para dormir
Un curioso felino este gato que tan solo un rato, pierde el orgullo.
Siendo en sí un animal muy suyo, solo abandona su pose por el más puro trasnoche o por la rica lata bufet.
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EL ELEFANTE Y LA HORMIGA
Se enamoraron un elefante y una hormiga y tuvieron toda una vida de felicidad. Él superó su complejo de un pene ínfimo y ella disfrutó como nunca del amor. Pero, pese a su plena satisfacción siempre fueron motivo de chiste. Al elefante le dolían las risas de sus vecinos y un día se lió a trompazos. Al verlo llegar a casa malhumorado tras la pelea, la hormiga le habló al paquidermo para que durmiese mejor esa noche ya que era muy sensible y nervioso.“ Si le hubiese dicho que sí a aquel oso libinidoso, hoy tendría varios osos hormigueros corriendo por la cocina, pero sabes mi amor, te quiero a ti y soy feliz así. Prefiero una vida que nos guste a ti y a mí, a una que les guste a los otros”. ¿No son bonitos los cuentos?
Se enamoraron un elefante y una hormiga y tuvieron toda una vida de felicidad. Él superó su complejo de un pene ínfimo y ella disfrutó como nunca del amor. Pero, pese a su plena satisfacción siempre fueron motivo de chiste. Al elefante le dolían las risas de sus vecinos y un día se lió a trompazos. Al verlo llegar a casa malhumorado tras la pelea, la hormiga le habló al paquidermo para que durmiese mejor esa noche ya que era muy sensible y nervioso.“ Si le hubiese dicho que sí a aquel oso libinidoso, hoy tendría varios osos hormigueros corriendo por la cocina, pero sabes mi amor, te quiero a ti y soy feliz así. Prefiero una vida que nos guste a ti y a mí, a una que les guste a los otros”. ¿No son bonitos los cuentos?
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EL MÓVIL DE MARIO
Había mucho trabajo esa mañana y la agencia de paquetería era un ir y venir de gente con prisa. El almacén era un hervidero y la oficina una olla a punto de explotar. “¡¿Alguien tiene el teléfono de Mario?, tengo que localizarlo!”, gritó una voz. “Lo tendrá él, ¿quién va a tener el teléfono de Mario más que Mario?”, dijo Ángel con la tranquilidad de quien lleva más de 30 años en la empresa. Después salió sin inmutarse hacia el almacén. La voz que buscaba el teléfono de Mario, observaba como Ángel salía de la oficina con paso tranquilo. Comprendió que cierto grado de 'angelidad' es el bálsamo que uno necesita para sobrevivir sin inmutarse durante muchos años en una empresa.
Había mucho trabajo esa mañana y la agencia de paquetería era un ir y venir de gente con prisa. El almacén era un hervidero y la oficina una olla a punto de explotar. “¡¿Alguien tiene el teléfono de Mario?, tengo que localizarlo!”, gritó una voz. “Lo tendrá él, ¿quién va a tener el teléfono de Mario más que Mario?”, dijo Ángel con la tranquilidad de quien lleva más de 30 años en la empresa. Después salió sin inmutarse hacia el almacén. La voz que buscaba el teléfono de Mario, observaba como Ángel salía de la oficina con paso tranquilo. Comprendió que cierto grado de 'angelidad' es el bálsamo que uno necesita para sobrevivir sin inmutarse durante muchos años en una empresa.
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¿UN CONSEJO?
Cuando me pides consejo tiemblo. Lo siento, sólo soy otro imberbe tratando de sobrevivir. Si acierto, es porque he dado antes muchos palos de ciego. Si te equivocas hazlo por ti y si aciertas que yo no sea el culpable. Sí te puedo dar un consejo, piensa si vale para ti. Observa a tu alrededor y decide qué quieres hacer. Ahora, ponte en marcha.
Cuando me pides consejo tiemblo. Lo siento, sólo soy otro imberbe tratando de sobrevivir. Si acierto, es porque he dado antes muchos palos de ciego. Si te equivocas hazlo por ti y si aciertas que yo no sea el culpable. Sí te puedo dar un consejo, piensa si vale para ti. Observa a tu alrededor y decide qué quieres hacer. Ahora, ponte en marcha.
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